Quedan dos semanas, es una cuenta atrás silenciosa y paciente, mis rutinas no han cambiado en lo absoluto, y se mueven lentas, como un pesado caracol cubierto de musgo. De camino a recoger a Ámbar a pleno sol de medio dia, la luz se derrama por toda la calle. Es una luz cegadora que me quita la vista del horizonte y me obliga a mirar al suelo. La tierra es gris lunar. Mis pies se llenan de polvo a medida que camino y se mimetizan con ella. "Soy parte de la tierra y ella es parte mía" pienso.
La luz se derrama por mi espalda y siento poro a poro cómo el sol me abrasa. Debo estar andando bajo una temperatura de 32 grados. Al llegar a la cancha de fútbol, el vecino que alquila lavadoras me saluda desde lejos con un grito típico de los montes hundidos en el olvido de los años. Le respondo con alegria "Jueeee parie!!!". Nadie saluda asi hoy en dia, ni siquiera en los montes olvidados.
La luz se derrama por mi espalda y siento poro a poro cómo el sol me abrasa. Debo estar andando bajo una temperatura de 32 grados. Al llegar a la cancha de fútbol, el vecino que alquila lavadoras me saluda desde lejos con un grito típico de los montes hundidos en el olvido de los años. Le respondo con alegria "Jueeee parie!!!". Nadie saluda asi hoy en dia, ni siquiera en los montes olvidados.
El "viringo" tiene modos rudos y muchos dicen que es malgeniado, entre los ires y venires del colegio de Ivón y la guardería de Ámbar, a punta de gritos montunos, le he ido borrando el ceño fruncido. Me gusta creer que guarda algunas de sus escasas sonrisas para mi. Me gusta saludar a todo pulmón de vez en cuando.
Empiezo a sudar pero no me molesta, los 12 kilos de Ámbar en mis brazos tampoco, ni la calle de tierra lunar invadiendo mis pies, ni el sol abrasador quemando mi espalda, ni la luz derramada tan descaradamente por toda la calle. Mi caminar es paciente, sin prisas por entrar a casa esta vez. Creo que después de todo algo en mí está cambiando, lentamente,como un pesado caracol cubierto de
musgo.