El segundo vuelo en dirección Madrid salía de Medellín, Antioquia. Luego de varias horas esperando nuestro abordaje y a la luz de una última cena en Colombia mis ánimos se fueron transformando de la angustia y el llanto por dejar atrás lo conocido, a la excitación por conocer lo tantas veces esperado. El aeropuerto se transformó en un gran patio de juegos y junto a mis hijas y un carrito de maletas matamos las horas hasta llegar a nuestro vuelo.
Cuando entramos a la zona de embarque al vuelo internacional revisaron nuestro equipaje de mano, a las niñas, nos hicieron quitar nuestro calzado y revisaron a la bebé con un aparato. Me pareció excesivo. El frío iba en aumento, la temperatura media de Medellín es de unos 20 grados pero para nuestra piel, acostumbrada a no menos de 29 grados, era hora de ponerse el abrigo. Esperamos un poco más y casi sin notarlo, siguiendo la inercia lenta y controlada de las filas de embarque, nos ubicamos en el avión en los asientos asignados. -Este será un largo viaje- pensé.
Afortunadamente para mi bebé y para la tranquilidad de los demás pasajeros sigo dando pecho. Esto la mantuvo tranquila la mayor parte del viaje y con la teta en la boca durmió plácida casi todo el trayecto. Mi espalda sufrió los peores tratos, las sillas eran supremamente incómodas y demasiado rectas para conciliar el sueño; mi morena contó con suerte, junto a su asiento el puesto estaba vacío lo cual le permitió acostarse en los dos descansos de las sillas y dormir a sus anchas cuando el cansancio la venció con todo y su entusiasmo.
La aplicación del dispositivo de los asientos de avianca me mantuvo informada, fuera del avión había una temperatura de -57 grados centígrados, también mostraba cuantas horas minutos y segundos faltaban para llegar y un mapa que enseñaba por dónde iba el avión, la mayoria del tiempo, volando sobre el Atlantico. Se asoma el sol y algunas ventanas empiezan a abrirse dejando entrar la luz en el compartimento, nubes y luz y de repente tierra, amarilla, seca y plana tierra. Tito me mira y dice que faltan minutos para aterrizar con una sonrisa en los labios, en mi mente solo está la imagen de la tierra amarilla y lejana.
Subimos y bajamos ascensores, tomamos un tren y 15 minutos después llegamos a otro punto a recoger las maletas. Mientras esperábamos, fuí al baño por primera vez en España, recuerdo haber entrado con reserva y haberle sonreído a una chica que había dentro, sería normal sonreír a alguien en el baño? No dejo que mis pensamientos se enreden en semejantes cavilaciones y regreso al punto de las maletas, mi marido no para de sonreir, llegó el momento!
Al fondo, una puerta se abre y se cierra sin parar, por ahí salen los pasajeros y delante están quienes los esperan, "Están ahí, a mi madre parece que le va a dar algo!" me dice J. Caminamos hacia la puerta con nuestro carrito de maletas, la mirada de asombro y recelo de la bebé y los ojos de escuela de mi morena. Se asoman muchas caras familiares y sonrientes y de repente alguien salta a nuestro encuentro.
Todos y sus grandes sonrisas. Una gran pancarta dándonos la bienvenida, un letrero que indicaba que el "modo español había sido activado", lágrimas de alegría, sonrisas y abrazos, muchos besos (que en España son dos) y calor de familia. Así fué nuestra llegada al viejo mundo y a la nueva familia que nos esperaba. No podría estar más agradecida.
0 comentarios:
Publicar un comentario